Por primera vez en la historia, la Conferencia de las Partes (COP) de la ONU sobre Cambio Climático se celebrará en el corazón mismo de la selva amazónica. En noviembre de 2025, la ciudad de Belém, Brasil, es el epicentro de la diplomacia climática mundial, y lo hace desde un territorio donde el debate ambiental deja de ser teórico para convertirse en una cuestión de supervivencia.
La COP30 llega con un trasfondo cargado de urgencias: la crisis climática se agrava, los compromisos internacionales se diluyen y el modelo económico que impulsa la deforestación —denominado por muchos como la “cultura topadora”— sigue avanzando. Sin embargo, esta edición tiene una particularidad que la diferencia de las anteriores: la presencia y el protagonismo de los pueblos originarios.
Un escenario simbólico y crítico
La elección de Belém como sede no es casual. Es una ciudad amazónica, atravesada por los ríos Guamá y Pará, y rodeada por uno de los ecosistemas más biodiversos del planeta. Allí, donde la selva todavía respira pero enfrenta una de las tasas de deforestación más altas del mundo, la COP30 busca discutir soluciones globales en el territorio más emblemático del cambio climático.
La contradicción que marcará esta cumbre es evidente: por un lado, los discursos internacionales sobre sostenibilidad; por el otro, las topadoras, el fuego y el avance de la frontera agrícola que destruye millones de hectáreas cada año.
A pesar de los acuerdos históricos como el Protocolo de Kioto o el Acuerdo de París, el modelo extractivista basado en la agroindustria, la ganadería extensiva y la minería no se ha detenido. En menos de cuatro décadas, la Amazonía ha perdido más de 88 millones de hectáreas de biodiversidad. Esa devastación no solo significa pérdida de árboles y especies: representa un agravamiento directo del calentamiento global y de los eventos climáticos extremos que afectan a todo el planeta.
Desafío de credibilidad
La COP30 también enfrenta una crisis de confianza. En ediciones anteriores, la influencia de los intereses corporativos ha sido motivo de críticas. En la COP28, realizada en Dubái, se registró una cifra récord de 2.456 lobistas de combustibles fósiles y 308 representantes de la agroindustria. Su presencia masiva, según organizaciones civiles y ambientales, debilitó los compromisos reales y frenó la adopción de medidas más estrictas para reducir las emisiones.
Esta vez, la presión social y la movilización indígena buscan equilibrar la balanza. Las comunidades amazónicas, guardianas de la selva desde hace siglos, llegan con una voz más fuerte y articulada, reclamando que la gobernanza climática mundial incorpore sus conocimientos y su cosmovisión.
Participación indígena sin precedentes
La COP30 cuenta con una participación inédita de pueblos originarios. Se espera la presencia de cerca de mil representantes indígenas de todo el mundo y 360 líderes brasileños acreditados en la “Zona Azul”, el espacio donde se desarrollan las negociaciones formales.
En paralelo, se levantará la “Aldea de la COP”, un espacio cultural y espiritual destinado a tres mil personas, donde se compartirán saberes, rituales, experiencias y proyectos de conservación. También se organizará la “Cumbre de los Pueblos”, una contracumbre que reunirá a más de diez mil participantes de comunidades autóctonas, movimientos sociales y organizaciones civiles.
Estas instancias buscan crear un contrapeso real frente a la influencia de los grandes grupos económicos y financieros. Las demandas de los 400 pueblos amazónicos giran en torno a cuatro ejes centrales: la protección efectiva de sus territorios, la financiación directa de proyectos locales, la autonomía en la gestión de sus recursos y el reconocimiento de sus conocimientos ancestrales como herramientas clave para enfrentar el cambio climático.

Hacia una nueva gobernanza climática
La presencia de comunidades nativas en Belém representa algo más que una participación simbólica: expresa un cambio de paradigma. En esta COP, la sabiduría ancestral y la ciencia moderna intentarán dialogar como nunca antes.
La idea central que se busca instalar es la de una transición que no se limite al ámbito energético, sino que sea también cultural. El desafío no es solo reemplazar combustibles fósiles por energías renovables, sino modificar los valores que sustentan el modelo de producción y consumo actual. Se trata de pasar de la “cultura topadora” al paradigma del cuidado: cuidar el territorio, la vida y los vínculos entre los pueblos y la naturaleza.
El papel del Movimiento B y la “transición justa”
Las empresas con propósito, agrupadas en el denominado “Movimiento B”, también se preparan para jugar un rol activo en esta transformación. En septiembre de 2025, se celebró en Belém el “Encuentro +B Amazônia”, un evento previo a la COP30 que reunió a empresas, comunidades y representantes de la sociedad civil para discutir cómo lograr una “transición justa”.
De este encuentro surgió una carta colectiva que será presentada durante la cumbre como contribución al “Balance Ético Global”, una iniciativa impulsada por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, la ministra de Medio Ambiente Marina Silva y el secretario general de la ONU, António Guterres.
El documento expresa una serie de compromisos y demandas concretas:
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Que la COP30 responda a la urgencia científica y moral de proteger la Amazonía y el planeta.
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Que promueva economías inclusivas, capaces de alinear los beneficios financieros con la responsabilidad social y ambiental.
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Que impulse la acción colectiva entre empresas, gobiernos y comunidades, orientada a metas verificables y medibles.
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Que reconozca el protagonismo de los pueblos originarios y comunidades tradicionales, integrando sus saberes a las decisiones globales.
Esta carta será presentada como una contribución concreta para redefinir las bases de la gobernanza climática, proponiendo una mirada ética y colaborativa frente a los desafíos del futuro.
Alimentación sostenible y ejemplos concretos
Uno de los ejes que más resuena en la agenda amazónica es el de la alimentación. La producción de alimentos, vinculada a la deforestación y al cambio de uso del suelo, representa una de las principales causas de emisiones de gases de efecto invernadero.
Por eso, el movimiento B también promueve proyectos que demuestran que es posible producir sin destruir. Un ejemplo destacado es Zafrán – Recetas Honestas, una empresa argentina certificada como Empresa B, que participó del “Encuentro +B Amazônia 2025”.
Desde hace dos años, Zafrán reformuló sus recetas para incorporar harina de algarroba en algunas de sus barras y galletitas. Este ingrediente es recolectado por comunidades criollas que habitan en las zonas cercanas a los parques nacionales del norte argentino. Cada noviembre, las familias juntan las chauchas de algarrobo que caen naturalmente de los árboles, evitando así la tala o la alteración del monte.
Además de preservar un alimento ancestral, esta práctica genera ingresos adicionales para las comunidades, promueve el arraigo rural y contribuye a conservar los bosques nativos. La incorporación de la algarroba revaloriza la cultura local y demuestra que es posible mantener la vida silvestre en pie mientras se produce de manera sustentable.
La acción colectiva como camino
Experiencias como la de Zafrán ilustran uno de los mensajes más potentes que acompañarán a la COP30: ninguna acción aislada es suficiente. En un contexto global donde la crisis ambiental se profundiza, la salida requiere cooperación entre sectores y escalas: desde las grandes corporaciones hasta los pequeños productores, desde los gobiernos nacionales hasta las comunidades rurales.
La transición justa implica repensar la forma en que producimos, consumimos y habitamos el planeta. En ese sentido, la Amazonía no es solo el “pulmón del mundo”, sino también un laboratorio viviente donde se están ensayando nuevas formas de relación entre la humanidad y la naturaleza.
La “cultura topadora” bajo escrutinio
El término “cultura topadora” sintetiza una crítica profunda al modelo de desarrollo predominante. No se trata únicamente del avance físico de las máquinas que arrasan la selva, sino de una mentalidad que prioriza la rentabilidad inmediata sobre la vida.
Esta lógica, basada en el extractivismo y el consumo ilimitado, es la que la COP30 pretende poner en discusión. En la Amazonía, esa cultura se expresa en la quema de bosques para abrir paso a la soja o al ganado, en la minería ilegal que contamina los ríos y en la expulsión de comunidades enteras de sus territorios.
Frenar esa cultura significa reconocer que la verdadera riqueza del planeta reside en su biodiversidad y en los saberes que la protegen. Las comunidades indígenas sostienen que el cambio climático no se resolverá con más tecnología o capital, sino con una transformación ética y espiritual: reforestar las mentes antes que los suelos.
Expectativas y desafíos de la cumbre
La COP30 será una prueba clave para la política ambiental global. Los ojos del mundo estarán puestos en Brasil, un país cuya Amazonía representa el 60% de la selva tropical más grande del planeta y donde conviven tanto iniciativas de conservación pioneras como presiones económicas enormes.
Los principales desafíos incluyen garantizar compromisos financieros reales para la protección de los bosques, avanzar en la regulación del mercado de carbono y definir mecanismos que aseguren que las promesas no queden solo en el papel.
En este contexto, la articulación entre gobiernos, empresas y pueblos indígenas será crucial. Los líderes amazónicos insisten en que no se puede salvar el planeta sin escuchar a quienes lo habitan desde hace milenios.
Una oportunidad histórica
La COP30 en Belém representa una oportunidad sin precedentes para que el mundo mire a la Amazonía no solo como un ecosistema en peligro, sino como un modelo de futuro. Desde sus ríos, selvas y comunidades, emerge una narrativa distinta: la de la coexistencia, la cooperación y el respeto por la tierra.
Este encuentro marcará un punto de inflexión si logra que la sabiduría ancestral, la ciencia y la política trabajen en conjunto. El mensaje que resuena desde la selva es claro: el tiempo para actuar es ahora, y la verdadera transición no será solo energética, sino cultural y espiritual.
La Amazonía, con su inmensidad verde y su memoria viva, vuelve a ofrecerle al mundo una lección de equilibrio. Belém, en noviembre de 2025, será el escenario donde la humanidad decida si continúa con la “cultura topadora” o si finalmente elige el camino del cuidado y la vida.
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