La contaminación plástica se ha convertido en una de las mayores amenazas ambientales y sanitarias del siglo XXI. Su omnipresencia, persistencia y toxicidad afectan ecosistemas, salud humana y economías por igual. Pese a este panorama alarmante, los esfuerzos por alcanzar un tratado internacional jurídicamente vinculante para reducir la producción de plásticos siguen trabados en un complejo escenario de presiones políticas, intereses corporativos y desacuerdos diplomáticos.
Las negociaciones impulsadas por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) llevan varios años sin resultados sustanciales. Aunque existe consenso científico sobre la urgencia de actuar, la ruta hacia un acuerdo global se encuentra estancada. Petroestados, productores de resinas plásticas y conglomerados industriales ejercen presión para evitar medidas que afecten sus modelos económicos, ralentizando cualquier intento de establecer límites claros a la producción.
La próxima ronda de conversaciones, programada para agosto en Ginebra, representa una nueva oportunidad para retomar el diálogo y definir una hoja de ruta concreta. Sin embargo, el contexto no es alentador: la última cumbre celebrada en Busan, Corea del Sur, finalizó sin avances relevantes. La resistencia de un bloque de países liderados por Arabia Saudita, opuesto a restricciones sobre la producción plástica, dejó en evidencia los intereses en juego.
Un conflicto entre producción y gestión de residuos
El eje central del desacuerdo entre los Estados parte de enfoques diametralmente opuestos. Una mayoría de países, acompañados por más de mil expertos científicos y organizaciones ambientalistas, proponen que el tratado intervenga aguas arriba. Esto significa atacar el problema desde su origen: limitando la fabricación de plásticos y promoviendo alternativas sostenibles.
En cambio, los países productores de petróleo y derivados plásticos promueven una visión aguas abajo. Su propuesta se centra en la gestión de residuos y en el impulso del reciclaje como única solución viable. Sin embargo, los datos disponibles desmienten la eficacia de este enfoque como estrategia aislada. Producir más plástico sin cambiar el modelo de consumo ni la infraestructura de gestión sólo profundiza la crisis.
El reciclaje, pese a ser una herramienta necesaria, no alcanza a contrarrestar la magnitud del problema. La tasa de reciclaje global efectiva es extremadamente baja: apenas el 9 % del plástico producido históricamente ha sido reciclado. Incluso en regiones con altos niveles de desarrollo tecnológico e infraestructura como Europa, la tasa en residuos domésticos apenas alcanza el 24,5 %. En muchas partes del mundo, esta cifra es prácticamente nula.

Los productos descartables y los envases de un solo uso representan la mayor parte del problema. Constituyen cerca del 66 % del volumen total de residuos plásticos y tienen tasas de reciclaje mínimas. La economía actual sigue privilegiando su producción y consumo, en detrimento de soluciones sostenibles. Esto ha generado un círculo vicioso donde la proliferación de plásticos supera con creces la capacidad de procesamiento y recuperación.
Cifras que dimensionan la crisis
Durante 2023, la producción mundial de plásticos alcanzó los 413 millones de toneladas. De ese total, apenas el 8,7 % se originó en materiales reciclados. Las proyecciones indican que, de no mediar intervenciones fuertes y globales, esta cifra podría escalar a 712 millones de toneladas anuales para 2040. Un aumento que desbordaría por completo cualquier capacidad actual o futura de reciclaje y gestión de residuos.
Además del volumen, preocupa la dispersión del plástico en todos los ambientes del planeta. Su presencia ha sido detectada desde los picos del Himalaya hasta las profundidades oceánicas. Pero lo más alarmante es su impacto en organismos vivos: microplásticos han sido hallados en tejidos humanos, leche materna y sistemas digestivos de múltiples especies, desde peces hasta aves marinas.
El año pasado, más de 11 millones de toneladas de plástico terminaron en ecosistemas acuáticos. Se estima que, de seguir esta tendencia, el triple de esa cantidad podría ingresar a ríos, lagos y océanos para 2040. Esto afecta no solo la vida silvestre, sino también la seguridad alimentaria de millones de personas que dependen de estos ecosistemas.
En este contexto, organizaciones científicas como la Coalición de Científicos por un Tratado Eficaz sobre Plásticos (SCEP) sostienen que no existe salida sin frenar la producción en origen. Advierten que el reciclaje, tal como se plantea hoy, es insuficiente, y alertan sobre la falta de participación en los espacios donde se toman las decisiones clave. La cumbre de Busan fue ilustrativa: participaron 220 representantes corporativos, más del triple que científicos acreditados.

Una crisis alimentada por intereses económicos
Detrás de la falta de avances en las negociaciones internacionales hay factores estructurales que superan las diferencias técnicas. El plástico es un derivado del petróleo, y su producción representa un negocio multimillonario. Petroquímicas, fabricantes de envases y grandes cadenas de consumo tienen fuertes intereses en mantener o incluso expandir sus volúmenes de producción.
Estos sectores han encontrado aliados en los gobiernos de países que basan buena parte de su economía en la exportación de combustibles fósiles. Arabia Saudita, por ejemplo, ha liderado la oposición a cualquier tipo de restricción, argumentando que limitar la producción afectaría el desarrollo económico de sus industrias nacionales.
Esta posición ha bloqueado los intentos de introducir metas obligatorias de reducción en el texto del tratado. También ha frenado las propuestas para crear mecanismos de financiamiento para la transición hacia materiales alternativos, o para apoyar a los países en desarrollo en la mejora de su gestión de residuos.
Mientras tanto, las corporaciones impulsan campañas de responsabilidad compartida, que desvían la atención del rol que juega la industria en la expansión del problema. Las narrativas centradas en el reciclaje individual o en la “conciencia del consumidor” tienden a invisibilizar que la producción masiva y constante de plásticos de un solo uso es parte de una lógica económica insostenible.
Ginebra: una nueva oportunidad en el horizonte
En agosto, Ginebra será sede de una nueva ronda de negociaciones del comité intergubernamental encargado de redactar el tratado. Las expectativas son moderadas. Si bien algunos países buscan avanzar hacia un texto consolidado, el escepticismo crece entre quienes observan que las trabas estructurales siguen intactas.
La presión de organizaciones científicas y ambientales ha crecido, y una parte importante de la sociedad civil exige que el tratado incluya compromisos concretos y verificables. Sin embargo, la configuración de fuerzas dentro de las negociaciones sugiere que se avecina una disputa intensa.
Uno de los aspectos centrales en discusión será el alcance vinculante del acuerdo. Mientras algunos países promueven un tratado con obligaciones claras y herramientas legales de cumplimiento, otros impulsan una declaración de buenas intenciones sin mecanismos coercitivos. El resultado de este debate determinará el futuro del acuerdo, y en gran medida, la capacidad real de cambiar la situación actual.
Otro punto clave es la inclusión de criterios que permitan diferenciar los tipos de plástico según su uso, durabilidad y reciclabilidad. Esto podría abrir la puerta a la eliminación progresiva de productos innecesarios, sin afectar necesariamente a aquellos sectores donde el plástico sigue siendo indispensable, como el ámbito médico.
Sin embargo, la experiencia indica que incluso estas diferenciaciones pueden ser manipuladas para flexibilizar el tratado en favor de la industria. Las discusiones técnicas pueden transformarse fácilmente en mecanismos dilatorios si no existe una voluntad política clara para avanzar.
El rol de la ciencia y la sociedad civil
En este panorama complejo, el papel de la comunidad científica y de las organizaciones ambientales es fundamental. Han sido actores claves para visibilizar los impactos de la contaminación plástica, documentar su presencia en entornos naturales y humanos, y proponer soluciones viables. Sin embargo, su participación en los foros de negociación sigue siendo limitada.
Las demandas por una mayor inclusión y transparencia en los procesos de decisión son cada vez más fuertes. Las cumbres deben dejar de ser espacios dominados por los lobbies empresariales y abrirse a una representación equilibrada, donde la ciencia tenga un rol central y la sociedad civil pueda auditar los avances y retrocesos.
La ciudadanía también tiene un rol clave. Más allá de las decisiones que se tomen en los foros internacionales, el cambio de hábitos de consumo, la presión sobre gobiernos y empresas, y el apoyo a políticas públicas de reducción y sustitución de plásticos son herramientas poderosas para acelerar la transición hacia modelos más sostenibles.

Una carrera contra el tiempo
El tiempo juega en contra. Cada año que pasa sin decisiones firmes agrava la crisis. Los sistemas naturales están alcanzando niveles críticos de contaminación. Las especies marinas y terrestres enfrentan riesgos crecientes. Y la salud humana comienza a registrar efectos que, hasta hace poco, eran apenas una preocupación futura.
La construcción de un tratado global contra la contaminación plástica no puede dilatarse indefinidamente. Necesita de compromisos políticos sólidos, presión ciudadana, protagonismo científico y una firme disposición a enfrentar intereses corporativos.
El planeta no puede esperar indefinidamente un acuerdo que regule una de las fuentes de contaminación más persistentes, invisibles y peligrosas de la era moderna. La cita en Ginebra será, una vez más, un punto de inflexión: o se avanza hacia un tratado que priorice la salud ambiental y la vida, o se corre el riesgo de institucionalizar la inacción ante una emergencia planetaria.
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