lunes, julio 14, 2025
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Restauración ecológica en Misiones: Vida Silvestre plantó más de 200 mil árboles nativos para salvar al yaguareté

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La pérdida y fragmentación del monte nativo es una de las principales amenazas que enfrenta el yaguareté, el mayor felino del continente. En Misiones, la Fundación Vida Silvestre Argentina, junto a comunidades rurales, lleva adelante desde hace más de quince años un ambicioso proceso de restauración ecológica que ya logró plantar más de 200.000 árboles nativos y recuperar más de 600 hectáreas de selva.

En el corazón de la Selva Paranaense, el rugido del yaguareté aún resuena en la memoria de quienes habitan las zonas rurales de Misiones. Pero su presencia física es cada vez más rara, acosada por décadas de deforestación, pérdida de hábitat y actividades humanas que fracturaron el paisaje en fragmentos aislados. El desafío no es menor: sin selva, no hay fauna. Sin corredores biológicos, no hay futuro para el yaguareté. Y sin participación de las comunidades locales, no hay restauración posible.

Frente a este panorama, la Fundación Vida Silvestre Argentina emprendió hace más de 16 años una acción concreta y sostenida: reconstruir el ecosistema del que depende la supervivencia del yaguareté y muchas otras especies, y hacerlo con un enfoque profundamente humano y participativo.

Reconectar la selva: una tarea urgente

La Selva Misionera, parte del gran Bosque Atlántico del Alto Paraná, es uno de los ecosistemas más biodiversos de Sudamérica. Sin embargo, se encuentra gravemente amenazada. Fragmentada en pequeños remanentes, aislados entre sí por rutas, cultivos o zonas urbanizadas, esta selva ya perdió más del 90% de su cobertura original en Argentina.

El yaguareté (Panthera onca), especie tope de esta cadena trófica y símbolo de la salud ecológica del bosque, necesita grandes extensiones continuas de hábitat para moverse, alimentarse y reproducirse. De ahí que la restauración del monte nativo en zonas estratégicas —donde todavía es posible reconectar áreas protegidas o selvas remanentes— sea una condición clave para su conservación.

En ese sentido, Fundación Vida Silvestre focaliza su trabajo en la zona de San Pedro, una región de gran valor ecológico donde se busca fortalecer la conectividad entre el Parque Provincial Cruce Caballero y la Reserva de Biósfera Yabotí. Estas áreas forman parte de uno de los corredores biológicos más importantes de Misiones.

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Restaurar no es solo plantar árboles

Desde el año 2008, el trabajo de la Fundación no se limita a la reforestación. Se trata de un enfoque integral que busca recomponer corredores de biodiversidad, es decir, franjas de vegetación nativa que permiten que las especies se desplacen entre fragmentos de selva. Este trabajo es el resultado de años de planificación territorial, estudios técnicos, diálogo comunitario y acción sostenida en campo.

Hasta el momento, se plantaron más de 200.000 árboles nativos, y se restauraron 640 hectáreas de monte, involucrando a más de 200 familias de pequeños y medianos productores rurales de las localidades de Andresito y San Pedro. Esas hectáreas restauradas no son solo números en un balance: son puntos de conexión vitales para la fauna, y al mismo tiempo, espacios donde las personas mejoran su relación con el entorno natural.

En palabras de Claudia Amicone, especialista en restauración y comunidad de Fundación  Vida Silvestre Argentina, recuperar el monte no solo beneficia a la biodiversidad, sino también a las personas. “Los servicios ecosistémicos que brinda la selva —como la regulación hídrica, la calidad del aire o la protección de suelos— son esenciales para el bienestar humano y para enfrentar el cambio climático”, destaca.

La restauración como un proceso colectivo

Una de las fortalezas distintivas del modelo que promueve la Fundación es su carácter inclusivo. La restauración del paisaje no se impone desde afuera, sino que se construye desde adentro, con la participación activa de las comunidades que habitan el territorio. Son productores rurales, familias agricultoras, vecinos y vecinas que conocen el monte, lo trabajan, lo cuidan y también lo sufren cuando escasea o se degrada.

A través de acuerdos voluntarios, asesoramiento técnico, capacitación y acompañamiento económico, las familias se convierten en aliadas de la conservación. Plantan árboles en sus chacras, enriquecen fragmentos de bosque nativo, impulsan sistemas agroforestales y desarrollan prácticas productivas más amigables con el ambiente.

Actualmente, 38 familias se encuentran trabajando en nuevos procesos de restauración. Preparan el terreno para enriquecer con especies nativas sectores de selva existentes y para recuperar áreas degradadas. En cada acción hay una visión de futuro: devolverle al paisaje su capacidad de albergar vida silvestre, proteger al yaguareté y, al mismo tiempo, mejorar la calidad de vida de las personas que habitan el lugar.

Más que conservación: una transformación social y ambiental

El enfoque de Vida Silvestre articula múltiples dimensiones: ecológica, social, productiva y cultural. Tal como señala Jonatan Villalba, especialista en restauración de la Fundación, no hay conservación posible sin restaurar también el vínculo entre las personas y su entorno natural. “El cambio no viene desde afuera. Lo construimos con la gente del lugar, respetando sus saberes, necesidades y derechos”, afirma.

La restauración ecológica se convierte así en una herramienta transformadora. No sólo reconecta fragmentos de monte, sino que también fortalece comunidades rurales, fomenta la economía local y abre nuevas oportunidades a partir de la sustentabilidad.

Conservar al yaguareté —considerado especie “en peligro crítico” en Argentina— implica también garantizar servicios ambientales esenciales, como la disponibilidad de agua, la fertilidad del suelo, la polinización o la regulación climática. Todos estos beneficios son fundamentales tanto para la vida silvestre como para las actividades humanas.

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Acción territorial frente a múltiples amenazas

El trabajo de la Fundación Vida Silvestre en Misiones se enmarca en más de dos décadas de acción territorial sostenida, que incluye investigación científica, monitoreo poblacional del yaguareté, campañas de concientización y acciones concretas frente a amenazas persistentes.

Entre estas amenazas se encuentran:

  • La pérdida y fragmentación del hábitat, provocada por el avance de la frontera agrícola, el monocultivo, los incendios y el desarrollo urbano sin planificación.

  • La caza furtiva, que afecta tanto al yaguareté como a sus presas naturales.

  • Los atropellamientos, especialmente en rutas que atraviesan zonas naturales sin medidas de mitigación adecuadas.

  • Los conflictos con actividades productivas, como la ganadería extensiva o los cultivos industriales que generan presión sobre el ecosistema.

Ante este panorama, la restauración ecológica aparece como una respuesta concreta, planificada y de largo plazo. Cada hectárea restaurada es una pieza clave para asegurar la conectividad ecológica. Cada árbol plantado es una apuesta al futuro de la biodiversidad. Y cada familia involucrada es un pilar del cambio.

Una esperanza posible: volver a escuchar el rugido

La recuperación del yaguareté en la selva misionera ya no es una utopía lejana. Hoy es un objetivo alcanzable si se sostiene el compromiso colectivo, el trabajo territorial y las políticas públicas que prioricen la conservación con inclusión.

La experiencia de Fundación Vida Silvestre demuestra que es posible recuperar la selva, reconstituir corredores de vida silvestre y construir una convivencia armoniosa entre naturaleza y producción. Lo que hace falta es visión, voluntad y cooperación.

El yaguareté, más que un felino imponente, es una especie paraguas: protegerlo implica proteger todo el ecosistema del que forma parte. Su presencia indica que el bosque está vivo. Su ausencia, que algo se ha roto.

Por eso, restaurar el monte no es solo un acto ambiental: es una declaración de futuro. Significa creer que una Misiones con selvas continuas, fauna silvestre, agua limpia y comunidades rurales empoderadas es posible. Significa sembrar árboles, sí, pero también sembrar esperanza.

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