miércoles, julio 16, 2025
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Drones, guerra y plásticos invisibles: la nueva contaminación que deja la guerra en Ucrania

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La guerra en Ucrania, desatada en febrero de 2022 tras la invasión rusa, ha sido escenario de innovaciones bélicas inéditas en el siglo XXI. Desde la integración masiva de drones comerciales al arsenal militar hasta la guerra electrónica de gran escala, el conflicto redefinió el concepto de campo de batalla. Sin embargo, mientras el mundo observa con atención los desplazamientos geopolíticos, una amenaza ambiental silenciosa, persistente y apenas documentada avanza a la sombra de los misiles: una nueva forma de contaminación plástica nacida del uso masivo de drones conectados por fibra óptica.

Este tipo de contaminación, tan inadvertida como inquietante, afecta a la fauna silvestre, los suelos, los cultivos y las aguas subterráneas. Y lo hace con la misma persistencia con la que el plástico ha invadido mares y océanos durante las últimas décadas. Pero esta vez, se trata de plásticos de guerra, residuos de alta tecnología que desafían los mecanismos tradicionales de recuperación ambiental.

Guerra en Ucrania: Contaminación por plástico
Guerra en Ucrania: Contaminación por plástico

La guerra más tecnológica de Europa: drones como protagonistas

Desde sus inicios, el conflicto en Ucrania ha sido definido como una guerra híbrida: combina tácticas convencionales con operaciones cibernéticas, campañas de desinformación y, sobre todo, el uso masivo de tecnologías no convencionales. En este último terreno, los drones —vehículos aéreos no tripulados (UAV)— se han convertido en protagonistas absolutos.

Según datos del Observatorio de Conflictos y Medio Ambiente (CEOBs, por sus siglas en inglés), los drones participan actualmente en hasta el 80% de las operaciones ofensivas o defensivas en determinadas zonas del frente. Su versatilidad, bajo costo y capacidad para realizar tareas de reconocimiento, ataque, transporte y sabotaje los han convertido en piezas clave del ajedrez bélico contemporáneo.

Pero el precio ecológico de esta revolución no tripulada comienza a emerger, y de forma alarmante.

Ucrania: una telaraña de plástico sobre los campos de batalla

Para el público general, los drones suelen asociarse con una operación remota vía señal satelital o radiofrecuencia. Sin embargo, en contextos de alta interferencia electrónica, como ocurre en gran parte del territorio ucraniano, los operadores utilizan conexiones físicas a través de cables de fibra óptica que les permiten mantener el control sin ser interferidos o hackeados.

Estos cables de fibra óptica —de hasta 41 kilómetros de longitud— son desenrollados desde las bases de operación hasta la zona donde el dron es desplegado, quedando abandonados en el terreno tras su uso. Debido a la intensidad de las operaciones, estos tendidos son de un solo uso, lo que significa que decenas de kilómetros de material plástico quedan desparramados diariamente en zonas rurales, boscosas, periurbanas y agrícolas.

El resultado es una red de residuos tecnológicos invisibles para los radares pero altamente nocivos para el ambiente, que se acumula silenciosamente en los territorios en conflicto.

Guerra en Ucrania: Contaminación por plástico
Guerra en Ucrania: Contaminación por plástico

Plástico militar de alta resistencia: una amenaza ecológica prolongada

Los cables utilizados están diseñados para resistir condiciones extremas. Se componen de polímeros plásticos de alta resistencia, blindajes metálicos, y elementos internos de fibra de vidrio. Estas características los vuelven funcionales en escenarios hostiles, pero también casi imposibles de degradar o reciclar.

Según análisis del CEOBs y de universidades europeas que monitorean el conflicto, estos materiales pueden permanecer en el ambiente más de 600 años, liberando durante su degradación microplásticos y sustancias tóxicas, como los PFAS (perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas), conocidos como “químicos eternos” por su permanencia en el ambiente y sus efectos tóxicos en organismos vivos.

Fauna atrapada en redes invisibles

Las consecuencias de esta nueva contaminación ya son visibles. Charlies Russell, investigador del Instituto de Ciencias Ambientales de la Universidad de East Anglia (Reino Unido), explicó en diálogo con el sitio especializado Meteored que se trata de una “contaminación impensada” que afecta de forma directa a múltiples especies de fauna silvestre.

“Los cables de fibra óptica usados por los drones se extienden por amplias zonas de hábitats boscosos y periurbanos, formando verdaderas trampas entre árboles, arbustos y claros”, explicó Russell. “Representan un riesgo importante de enredo y muerte para aves, murciélagos y mamíferos pequeños, muchos de ellos en peligro de extinción”.

Además del riesgo físico de atrapamiento o lesiones, estos materiales generan impactos indirectos: modifican el comportamiento de los animales, alteran rutas migratorias y contribuyen al deterioro de hábitats que ya han sido fragmentados por la actividad bélica.

Microplásticos, agua y suelo: una bomba de tiempo ambiental

Los cables no solo representan un riesgo visible para los animales. Con el paso del tiempo, y por la acción de la intemperie, los plásticos se fragmentan en micropartículas que se dispersan en los suelos y aguas superficiales, penetrando en la cadena trófica.

Estudios preliminares en zonas agrícolas del este de Ucrania detectaron microplásticos en niveles alarmantes en suelos de cultivo que fueron escenario de combates. Este tipo de contaminación compromete la salud de los cultivos, altera la biota microbiana del suelo y podría generar efectos tóxicos acumulativos en el organismo humano a través de la ingesta de alimentos contaminados.

A ello se suma el impacto en las aguas subterráneas. Los PFAS, liberados por la degradación de algunos componentes de los cables, son altamente solubles y bioacumulativos, lo que significa que pueden llegar a los acuíferos y mantenerse durante décadas, generando un problema sanitario de largo plazo para las comunidades que dependen de pozos o vertientes para su abastecimiento.

El dilema de la remediación: costos, riesgos y abandono

A diferencia de otras formas de contaminación de guerra —como las minas antipersona o los proyectiles sin detonar—, los cables de fibra óptica no representan un riesgo explosivo, pero su recolección y reciclaje es igual de compleja.

Primero, por la inmensa extensión del territorio afectado: miles de kilómetros de tierra rural, campos de cultivo, cordones boscosos y zonas urbanas bombardeadas, donde no existen registros ni mapas precisos de los tendidos abandonados.

Segundo, por la composición técnica de los cables, que impide su tratamiento en centros convencionales de reciclado. Los componentes metálicos, plásticos y de vidrio requieren separaciones específicas y procesos costosos.

Y tercero, por el riesgo de contaminación residual en zonas que aún presentan actividad militar o que pueden contener restos explosivos. Estos factores hacen que la recuperación de los cables no esté contemplada ni siquiera en los planes posconflicto de reconstrucción.

Guerra en Ucrania: Contaminación por plástico
Guerra en Ucrania: Contaminación por plástico

Un fenómeno global en expansión

Lo que ocurre en Ucrania podría no ser un fenómeno aislado. El uso de drones con cables físicos ya ha sido documentado en conflictos recientes en el Cáucaso, Medio Oriente y África, así como en ejercicios militares de la OTAN y potencias asiáticas.

Si bien la mayoría de los países aún no reporta este tipo de contaminación como un problema, el conflicto ucraniano podría marcar un antes y un después en la relación entre tecnología bélica y contaminación ambiental.

“Las guerras del siglo XXI ya no solo dejan escombros y víctimas humanas; ahora también dejan huellas invisibles pero letales en la naturaleza”, advirtió Russell.

La falta de regulación internacional

A nivel legal, no existen tratados internacionales que regulen específicamente el impacto ambiental de la fibra óptica militar ni de los drones con cable. La Convención de Ginebra y sus protocolos adicionales sí contemplan la obligación de evitar daños innecesarios al ambiente en conflictos armados, pero la interpretación y aplicación de estos principios es aún limitada.

Organismos como las Naciones Unidas, el Programa para el Medio Ambiente (PNUMA) y el Comité Internacional de la Cruz Roja han comenzado a incluir consideraciones ambientales en los análisis de conflictos, pero aún no se han establecido mecanismos vinculantes para monitorear y sancionar estos impactos.

“Es urgente que el Derecho Internacional Humanitario se actualice para incluir las nuevas formas de contaminación tecnológica derivadas del uso militar de la infraestructura de comunicaciones”, afirma Marina Skrobek, abogada ambientalista ucraniana especializada en delitos de guerra.

La posguerra: reconstrucción o contaminación perpetua

Con más de dos años de conflicto y miles de kilómetros de territorio contaminado por estos residuos invisibles, la posguerra en Ucrania enfrentará un desafío ambiental sin precedentes. La reconstrucción deberá incluir no solo edificios e infraestructuras, sino también la restauración de ecosistemas, la descontaminación de suelos y la recuperación de hábitats naturales.

Organizaciones como Greenpeace, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y Earth Justice ya han comenzado a generar propuestas para incluir criterios ambientales en los acuerdos de reconstrucción financiados por la Unión Europea y el Banco Mundial, pero el tema de la fibra óptica militar aún no ha sido abordado en profundidad.

El temor de muchos especialistas es que, ante la urgencia económica y la presión política por reconstruir ciudades, los residuos de la guerra tecnológica queden relegados o directamente olvidados, acumulándose silenciosamente en los paisajes rurales de Ucrania.

El costo invisible del progreso bélico

La guerra en Ucrania está dejando múltiples lecciones. Una de ellas, quizás de las más subestimadas, es que la tecnología puede ser tan destructiva para la naturaleza como las armas convencionales. En un mundo donde los conflictos cada vez dependen más de la inteligencia artificial, los sensores remotos y las infraestructuras digitales, la huella ecológica de la guerra se vuelve más compleja y persistente.

La contaminación plástica generada por drones conectados con cables de fibra óptica representa un nuevo capítulo en la historia del impacto ambiental de los conflictos armados. Y como todo capítulo nuevo, requiere ser leído con atención, discutido y finalmente abordado desde el derecho, la ciencia y la ética.

Porque si no empezamos hoy a pensar cómo limpiar las guerras del futuro, podríamos estar sembrando en el presente un desierto invisible de plásticos, microfibras y sustancias eternas.

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