La conversación global sobre el cambio climático sumó este año un nuevo protagonista que, para algunos, representa una herramienta transformadora y, para otros, un riesgo creciente que amenaza con profundizar la crisis ambiental. La inteligencia artificial (IA) se instaló con fuerza en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, la COP30 realizada en Brasil, y se convirtió en uno de los ejes más discutidos en paneles, presentaciones y debates técnicos. Allí, quedó expuesto su doble rol: aliada tecnológica capaz de acelerar soluciones para enfrentar el calentamiento global y, al mismo tiempo, un factor que incrementa la presión sobre los recursos naturales debido a su enorme demanda energética y de agua.
Las empresas tecnológicas y varios países destacaron en el evento las posibilidades que ofrece la IA para avanzar hacia un sistema productivo y energético más sostenible. En sus intervenciones, explicaron que esta tecnología ya está siendo utilizada para optimizar el funcionamiento de redes eléctricas, modelar escenarios climáticos complejos, mejorar la planificación agrícola y realizar monitoreos en ecosistemas que requieren observación constante y detallada. De este modo, la IA se presenta como un componente central para acelerar la transición hacia fuentes renovables, mejorar la eficiencia en el uso de recursos y apoyar a comunidades vulnerables mediante información precisa y en tiempo real.
Pero, mientras estos actores subrayaron las virtudes de la tecnología, organizaciones ambientales advirtieron sobre los riesgos que implica su crecimiento desregulado. La expansión acelerada de los modelos de IA —cada vez más grandes, veloces y potentes— exige enormes volúmenes de electricidad y agua. Esta demanda se concentra principalmente en centros de datos, instalaciones que operan servidores de alto rendimiento y que, según diversos análisis expuestos en la COP30, están multiplicando su consumo de recursos a un ritmo sin precedentes. Para los grupos climáticos presentes en la conferencia, esta tendencia amenaza con alejar al mundo de los compromisos asumidos en el Acuerdo de París y poner en jaque los esfuerzos de descarbonización.
A pesar de los diferentes puntos de vista, tanto defensores como críticos coinciden en algo: la inteligencia artificial es ya parte integral del ecosistema global y su influencia seguirá creciendo. La preocupación radica en cómo se regulará su expansión para evitar que los beneficios ambientales queden opacados por su impacto climático.
En los pasillos de la conferencia quedó claro que el interés por la IA atraviesa a gobiernos, empresas, ONG y organismos multilaterales. El entusiasmo se refleja en la multiplicación de herramientas basadas en algoritmos diseñados para procesar datos climáticos, evaluar riesgos, predecir patrones de impacto y facilitar la toma de decisiones en políticas públicas. No obstante, también se hizo evidente cierta inquietud frente a un escenario tecnológico que avanza más rápido que las capacidades regulatorias de los Estados.
El aumento de sesiones temáticas dedicadas a la inteligencia artificial confirma esta tendencia. En comparación con ediciones anteriores, la COP30 mostró un crecimiento notable en la cantidad de paneles y reuniones centrados en explorar tanto las aplicaciones como las implicancias de la IA en la agenda climática. Durante la primera semana se realizaron más de dos decenas de eventos vinculados directamente con esta tecnología. Entre ellos se abordaron temas como la gestión energética en ciudades interconectadas, la predicción de delitos forestales mediante algoritmos, la planificación de sistemas de agua en territorios vulnerables y el uso de modelos para monitorear especies oceánicas de difícil acceso.
Uno de los proyectos destacados fue reconocido con el Premio de IA para la Acción Climática, otorgado a una iniciativa de un país del sudeste asiático enfocada en abordar la escasez de agua y la variabilidad climática mediante el uso de modelos predictivos. Este tipo de experimentos demuestra el interés global por potenciar el uso de tecnologías avanzadas para enfrentar desafíos que se agravan con la intensificación del calentamiento global.
También se presentaron herramientas destinadas a apoyar a países con poca representación en negociaciones multilaterales. Un ejemplo concreto fue una aplicación llamada NegotiateCOP, diseñada para procesar grandes volúmenes de documentos de la conferencia. Esta herramienta apunta a facilitar la participación de delegaciones de menor tamaño o con menos recursos técnicos, permitiéndoles acceder a informes y textos oficiales con mayor rapidez y eficiencia. El objetivo final es equilibrar las condiciones de negociación entre naciones desarrolladas y en desarrollo, reduciendo la brecha en el acceso a información estratégica.

Durante las discusiones, empresas tecnológicas de gran alcance compartieron sus proyecciones sobre el rol de la IA en el sector energético. Representantes de esta industria destacaron su confianza en que los algoritmos pueden acelerar la transición hacia un sistema más limpio. Señalaron que la IA puede optimizar el almacenamiento de energía renovable, anticipar picos de demanda, identificar fallos de infraestructura y mejorar el rendimiento de instalaciones de generación. La visión empresarial sostiene que la tecnología permitirá resolver muchos de los cuellos de botella que hoy dificultan la integración masiva de la energía solar, eólica y otras fuentes verdes.
Otros líderes internacionales también expresaron que la digitalización y la adopción de herramientas inteligentes serán cada vez más relevantes en la toma de decisiones climáticas. Subrayaron que, si se gestionan correctamente, estas herramientas pueden democratizar el acceso a datos y análisis complejos, permitiendo que un mayor número de actores participe de forma activa en la transición ecológica. Sin embargo, varios panelistas destacaron que esta expansión debe estar acompañada de marcos éticos y ambientales que evalúen los impactos de la tecnología.
El debate sobre los riesgos asociados a la IA ocupó un lugar central en los pronunciamientos de organizaciones ambientales y especialistas en justicia energética. Estos actores advirtieron que el desarrollo actual de la inteligencia artificial se encuentra prácticamente sin regulación a nivel global. La proliferación de centros de datos —infraestructuras críticas para entrenar y operar modelos de IA— representa uno de los mayores focos de preocupación.
Los datos expuestos durante la COP30 mostraron que la demanda energética de estos centros crece con rapidez. En 2024, los centros de datos representaron alrededor del 1,5% del consumo total de electricidad del planeta, un porcentaje que ha aumentado año tras año desde 2017. El ritmo de crecimiento registrado es significativamente superior al incremento promedio del consumo eléctrico mundial. Este escenario se torna aún más complejo si se tiene en cuenta que gran parte de esa energía proviene todavía de fuentes fósiles, especialmente en países donde la matriz energética sigue dominada por el gas o el carbón.
Además del consumo eléctrico, los centros de datos requieren grandes cantidades de agua para procesos de enfriamiento. Esto genera tensiones en regiones que ya enfrentan escasez de recursos hídricos. La preocupación se agrava en países donde la instalación de estas infraestructuras coincide con sequías prolongadas o con sistemas de gestión del agua insuficientes para garantizar su uso sostenible. Diversos especialistas señalaron que esta situación puede agravar el estrés hídrico en comunidades que ya viven en condiciones de vulnerabilidad climática.
La discusión también abordó cómo la expansión del sector tecnológico podría incrementar las emisiones nacionales de países con una alta concentración de centros de datos. Este riesgo es especialmente relevante en Estados Unidos, históricamente uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero. Al aumentar la demanda energética para alimentar operaciones de IA, existe la posibilidad de que las emisiones crezcan si no se acompaña esta expansión con una transición acelerada hacia energías renovables.
Frente a este panorama, organizaciones ambientales propusieron medidas para reducir la huella ecológica de la inteligencia artificial. Entre ellas, la implementación de evaluaciones de interés público para nuevas instalaciones, la exigencia de abastecimiento mediante fuentes renovables al 100% y la regulación estricta de la extracción y el uso de agua. Para estos grupos, la COP30 debe reconocer que la IA no es solamente una solución tecnológica, sino también un factor que puede profundizar los impactos del cambio climático si no se gestiona adecuadamente.
A lo largo de los días de la conferencia, se evidenció que la IA genera tanto expectativas como temores. La tecnología promete herramientas poderosas para enfrentar la crisis climática, pero también plantea desafíos que requieren atención urgente. El equilibrio entre innovación y sostenibilidad es, según lo observado en Brasil, el punto crítico que determinará si la expansión de la inteligencia artificial se convierte en un aliado o en un obstáculo para alcanzar los objetivos globales de descarbonización.
La conversación que atravesó la COP30 puso sobre la mesa una mirada integral: la IA ya forma parte del arsenal de soluciones disponibles para la acción climática, pero su uso debe estar acompañado de criterios ambientales claros, políticas que promuevan su eficiencia energética y regulaciones que eviten impactos negativos. En un escenario global donde el tiempo para actuar se reduce, los países y empresas deberán decidir si la tecnología será implementada de manera responsable o si su desarrollo descontrolado complicará aún más la lucha contra el calentamiento global.
La conferencia climática de Brasil dejó como mensaje central la necesidad de encarar la inteligencia artificial con visión crítica y estratégica. La tecnología, aun con su enorme potencial, no es neutral: puede fortalecer la resiliencia climática o agravar la crisis ambiental. El desafío es avanzar hacia una gobernanza internacional que permita aprovechar sus beneficios sin ignorar los riesgos que conlleva. El mundo ya reconoce que la IA está aquí para quedarse. Ahora deberá decidir cómo convivir con ella sin comprometer el futuro del planeta.
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