En verano hace calor. Sucede desde que el mundo es mundo y, hasta ahí, nadie debería sorprenderse de eso. Lo que sí impacta y alarma a los expertos en medioambiente es que, de un tiempo a esta parte, el calor se volvió “peligroso”.
Dos especialistas del programa Ciudades del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) recordaron que este 2023 se van a cumplir 20 años de la peor catástrofe climática de la historia reciente: la ola de calor que, en 2003, afectó a gran parte de Europa, especialmente a España, Francia e Italia, y dejó más de 80.000 muertos en 12 países, según un informe realizado para el programa de Acción Comunitaria para la Salud Pública de la Comisión Europea en 2007.
Además, dijeron que en el plano local, en diciembre se cumplirán diez años de una de las peores olas de calor en la Argentina, que se extendió desde Buenos Aires a Mendoza, y sólo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dejó un saldo de 544 muertos. Un total de víctimas fatales que, según explica el libro La Argentina y el Cambio Climático, de Inés Camilloni y Vicente Barro, es mayor al de todas las muertes por inundaciones en todo el país, entre 1985 y 2015.
María Victoria Boix, licenciada en Estudios Internacionales, es directora del programa de Ciudades de CIPPEC y destacó que “la acumulación copiosa de eventos extremos sólo confirma a las olas de calor como síntoma de un calentamiento global que tiene consecuencias cada vez más notorias en un presente cada vez más acuciante”. Para ella, “testimonio de ello es que, apenas en los primeros diez días del 2023, más de 30 ciudades de Argentina se vieron afectadas por una ola de calor”. “Ciudades de la Patagonia, centro y norte de nuestro país, registraron temperaturas atípicamente altas durante más de tres días consecutivos, que superaron los umbrales de temperaturas mínimas y máximas locales establecidas por el Servicio Meteorológico Nacional”, enfatizó.
En la misma línea, el coordinador del programa de Ciudades de CIPPEC, Alejandro Sáez Reale, sostuvo que “a nivel global, la frecuencia de las olas de calor se ha casi triplicado en comparación con lo que ocurría a principios del siglo XX”. “En 1900 ocurría, en promedio, una ola de calor cada diez años. Hoy, ese valor se incrementó a casi tres cada diez años —señaló—. Según sean los escenarios futuros del calentamiento global, de acuerdo a lo analizado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC), ellas se podrían dar en forma aún más frecuente. De persistir el escenario actual, su magnitud a futuro podría alcanzar las nueve olas de calor cada diez años. En otras palabras, una ola de calor al año”.
Por tanto, en opinión de los especialistas, “las tendencias actuales de cambio climático, sumadas a la inacción en el presente, indefectiblemente transforman a este fenómeno en cosa del futuro: las olas de calor, en el país y el mundo, van a ser más intensas y más frecuentes”.
Así las cosas, la Organización Meteorológica Mundial ya habla de una nueva normalidad climática, mucho más caliente, por lo que, a menos que la dinámica y desarrollo de las ciudades se planifiquen considerando esta amenaza, las olas de calor serán aún más mortíferas, alertaron los expertos.
“El calor extremo no afecta a todas las personas por igual: adultos y adultas mayores, niños y niñas, y personas con prevalencia de enfermedades mentales o cardíacas tienen un riesgo mucho mayor a la exposición sostenida que el resto de la población -destacó Boix-. También se encuentran particularmente expuestas las personas con alta vulnerabilidad social frente a desastres, que tienen déficits en dimensiones económicas, habitacionales y sociales que afectan su capacidad de responder ante un evento extremo”.
Esto significa, según ella, que “las personas que viven en barrios populares tienen un riesgo doble: a la alta vulnerabilidad social que sus habitantes presentan frente a desastres se suma el hecho de que estas zonas suelen ser particularmente calurosas. En parte, esto se debe a la baja provisión de espacios verdes y arbolado en general, que mitigan el efecto isla de calor urbano, así como brindan sombra y refugio en los días de mucho calor”.
“A esto se agrega que en los barrios populares se concentran los déficits de calidad de las viviendas (en términos de materiales, hacinamiento y acceso a servicios básicos como agua corriente, electricidad o cloacas), entre otros factores que —además de conspirar contra el acceso justo y equitativo al hábitat— contribuyen a la concentración del calor en estas áreas”, sumó Sáez Reale, quien enfatizó que “en Argentina, las ciudades concentran al 90% de la población, y es en ellas donde los impactos se sienten más y, en consecuencia, donde debemos focalizar las soluciones”.
Los expertos coincidieron en que “como esquirlas desperdigadas, las olas de calor repercuten negativamente en la dinámica de diferentes áreas que hacen a las ciudades: en la salud pública, el funcionamiento de la infraestructura urbana, la productividad laboral, así como también el comercio y la economía”. Y ampliaron: “El desafío que esto implica interpela primeramente a quienes gestionan municipios. Son los intendentes y las intendentas quienes deben liderar la batalla contra el calor extremo y construir ciudades más resilientes. Concretamente, deben elaborar estrategias que minimicen los impactos extremos, como las olas de calor y el estrés permanente que generan las tensiones como el calor en períodos prolongados”.
Cómo deben las ciudades pensar la acción contra el aumento del calor urbano
Para Boix, las estrategias para abordar esta problemática deben contemplar cuatro dimensiones fundamentales:
1- Generar conciencia pública sobre la problemática
2- Planificar y diseñar las ciudades para reducir el calor (disminuir sus emisiones de carbono y los efectos de islas de calor urbanas
3- Adaptar las ciudades para que las personas puedan desarrollarse en un contexto de mayor calor (edificios frescos, eficiencia térmica y energética, espacios verdes, provisión de agua
4- Garantizar una respuesta adecuada (gestión de riesgos, sistemas energéticos y de salud robustos) para afrontar eventos extremos de modo de minimizar daños.
“Naturalmente, estos planes requieren de inversión para generar infraestructura que absorba el calor y/o genere espacios más frescos, al mismo tiempo que hay otro tipo de acciones que no requieren recursos ingentes y tienen una potencialidad transformadora alta”, sostuvo la especialista de CIPPEC.
En esta línea, Sáez Reale destacó que “muchas ciudades del mundo están trabajando en la elaboración de estrategias, con el apoyo de organizaciones como Naciones Unidas, C40, o la Fundación Arsht-Rockefeller”. Entre ellas, señaló que Miami, por ejemplo, hizo, como parte de la iniciativa City Champions for Heat Action (CCHA), la campaña pública #HeatSeason para generar conciencia sobre el impacto del calor extremo en la salud y como riesgo climático, a través de la difusión de un kit comunicacional para redes sociales durante los meses más calurosos del año.
En tanto Medellín, en Colombia, creó 30 corredores verdes que lograron reducir hasta en cuatro grados la temperatura en zonas críticas de la ciudad.
Sidney (Australia), por su parte, diseñó un plan de arbolado urbano nuevo que contempla la incorporación de especies que sean más resistentes al calor, al tiempo que potencie los beneficios ambientales de acuerdo a las características específicas de cada barrio.
En Los Ángeles (Estados Unidos) mapearon decenas de centros de enfriamiento públicos (espacios a los que se puede acceder en forma gratuita, que proporcionan aire acondicionado para que las personas puedan refrescarse durante los días de calor extremo). Mientras que Santiago de Chile, por su parte, recientemente designó a la primera líder de acción climática contra el calor extremo en Sudamérica.
“El calor importa, atraviesa nuestras vidas cotidianas y cada vez más lo hará con mayor notoriedad, menos silencio y sutileza. Tenemos que hablar del calor y sus consecuencias, adaptar nuestras ciudades hoy para que el futuro no nos queme”, concluyeron los expertos.
El programa “Crece Selva Misionera” logró la reforestación de 178 mil árboles nativos en tres añoshttps://t.co/RdHrJVYRoo
— Valor Ambiental (@ValorAmbiental1) January 25, 2023