Montecarlo fue sede de una jornada abierta al público, bajo un título provocador y pedagógico —Cómo identificar un hongo sin morir en el intento—, se presentó una guía práctica que busca acercar a la comunidad al asombroso reino de los hongos.
La propuesta combinó ciencia, naturaleza, conservación y divulgación, en un espacio donde la curiosidad fue protagonista. Asistentes de diversas edades participaron de la actividad, algunos con conocimiento previo y otros simplemente atraídos por la rareza y belleza de estos organismos. La jornada fue conducida por el Técnico Agrónomo Santiago Martínez, becario investigador del EVE-CiN (UNaM – INTA), quien abordó el tema desde una mirada integral: desde el papel ecológico de los hongos hasta sus usos medicinales, alimenticios y culturales.
Una guía para explorar con responsabilidad
La presentación del manual fue uno de los ejes principales del evento. El título, en tono irónico y preventivo, refleja una de las claves del mensaje: el mundo de los hongos es tan fascinante como complejo, y reconocerlos con precisión es fundamental. El riesgo de intoxicaciones por consumo indebido está siempre latente, por eso el enfoque apunta a fomentar la exploración responsable y el respeto por el entorno.
El manual se estructura como una herramienta accesible para quienes se inician en la micología, pero también puede ser útil para aficionados con cierto recorrido. Incluye fotografías, claves de identificación, descripciones morfológicas, anotaciones sobre hábitats típicos y, sobre todo, advertencias sobre especies tóxicas y potencialmente mortales.
Martínez remarcó que no se trata de un recetario para salir a recolectar y comer hongos silvestres, sino de una invitación a mirar con más atención el suelo, los troncos y las hojas en descomposición, donde florece —muchas veces de manera efímera— una parte fundamental de la biodiversidad misionera.

Los hongos como protagonistas invisibles de los ecosistemas
Durante la charla, el investigador explicó con claridad la importancia ecológica de los hongos. Estos organismos no son ni plantas ni animales; pertenecen a un reino biológico propio y están presentes en casi todos los ambientes del planeta. En el monte misionero, juegan un rol clave en la descomposición de materia orgánica, la formación del suelo, la simbiosis con plantas y la regulación de ciclos ecológicos.
Uno de los aspectos más fascinantes abordados fue el funcionamiento de las redes de micelio, esa intrincada trama subterránea que conecta raíces de distintos árboles y permite el intercambio de nutrientes e información. Esta red actúa como un “internet del bosque”, una metáfora ya popularizada que cobra sentido al comprender cómo la comunicación vegetal no sería posible sin estos organismos.
Además, se destacó la importancia de los hongos en procesos de restauración ecológica y conservación. Algunas especies actúan como indicadores de calidad ambiental, mientras que otras pueden ser aliadas en la recuperación de suelos degradados o en la mitigación de contaminantes.

Usos culturales, medicinales y alimenticios
Más allá de su función ecológica, los hongos también han acompañado a las culturas humanas desde tiempos ancestrales. En muchas tradiciones, especialmente en pueblos originarios, su recolección y uso forman parte del acervo cultural y medicinal. La jornada también fue un espacio para recuperar esas memorias y valorar los saberes locales vinculados al monte y sus recursos.
Martínez se refirió a algunos usos medicinales actualmente investigados, como la aplicación de compuestos derivados de ciertos hongos en tratamientos oncológicos, antivirales o antiinflamatorios. Si bien muchas de estas aplicaciones están aún en estudio, existe evidencia creciente sobre el potencial terapéutico de diversas especies.
En el plano alimenticio, la charla abordó tanto los hongos cultivables (como champiñones, portobellos o gírgolas) como aquellos que crecen de manera silvestre en la región. Aquí se hizo hincapié en la precaución: muchas especies comestibles tienen un alto grado de parecido con otras venenosas. La identificación precisa es clave y, ante la duda, la recomendación es no consumir.
Mirar el monte con otros ojos
Uno de los principales objetivos de la actividad fue cambiar la mirada. Donde antes solo se veía maleza o descomposición, hoy puede haber una explosión de formas, colores y relaciones vitales. La jornada fue, en este sentido, una experiencia de sensibilización: al mostrar la belleza, complejidad y valor de los hongos, se fomenta el respeto por los ecosistemas y la voluntad de protegerlos.
Las imágenes proyectadas durante la presentación impactaron al público: hongos bioluminiscentes, estructuras con formas casi alienígenas, colores brillantes y texturas variadas. Muchas de estas especies crecen en los alrededores de Montecarlo, pero pasan desapercibidas para la mayoría de las personas.
La invitación, entonces, es a observar con más atención los detalles del monte, a salir de excursión con un enfoque exploratorio, a hacer ciencia ciudadana con responsabilidad. En este sentido, se alentó el uso de aplicaciones como iNaturalist, que permiten registrar y compartir observaciones con una comunidad global, contribuyendo al conocimiento colectivo de la biodiversidad.

Educación ambiental y ciencia ciudadana
Otro eje que se destacó en el encuentro fue el vínculo entre educación ambiental y ciencia ciudadana. La micología, al igual que otras ramas de las ciencias naturales, encuentra en la participación comunitaria una gran aliada para avanzar en registros, monitoreos y difusión.
El manual presentado forma parte de una serie de iniciativas que buscan democratizar el acceso al conocimiento, promoviendo una relación más cercana, consciente y respetuosa con la naturaleza. En un contexto donde la pérdida de biodiversidad avanza a gran velocidad, cada acción que apunte a generar conciencia puede marcar la diferencia.
Desde las escuelas hasta las caminatas familiares por el monte, el universo fúngico puede ser una puerta de entrada al asombro, una oportunidad para aprender en contacto con la naturaleza y un canal para fortalecer los lazos con el territorio.
El desafío de conservar lo que no se ve
Uno de los desafíos más grandes en conservación es proteger lo que no se conoce. Los hongos, al ser discretos, efímeros y poco estudiados, suelen quedar fuera del radar de políticas ambientales, inventarios y estrategias de protección. Sin embargo, son vitales para el equilibrio de los ecosistemas.
La jornada de Montecarlo fue un paso importante en ese camino: visibilizar, educar, entusiasmar. Mostrar que los hongos no son solo “cosas raras que crecen después de la lluvia”, sino actores fundamentales en la dinámica del monte y, en muchos casos, verdaderas joyas biológicas.
En la medida en que más personas se interesen por su observación, identificación y estudio, también crecen las posibilidades de avanzar en su conservación. Para ello, el enfoque debe ser siempre responsable, basado en el conocimiento y el respeto por los procesos naturales.

Una comunidad que se conecta con el monte
El evento también tuvo una dimensión comunitaria significativa. La Casa de la Cultura se convirtió por unas horas en un punto de encuentro entre ciencia y vecindario, entre saber académico y conocimiento popular, entre la curiosidad y la necesidad de reconectar con el entorno natural.
Personas de diferentes edades y perfiles se acercaron a preguntar, compartir anécdotas, mostrar fotos de hongos encontrados o simplemente dejarse llevar por el entusiasmo colectivo. Se respiró un aire de descubrimiento y apertura, algo que muchas veces se pierde en la vorágine urbana.
Al finalizar la charla, algunos asistentes comentaron su intención de salir a buscar hongos con otros ojos, de llevar a sus hijos a explorar el monte con una lupa, o incluso de participar en futuras actividades similares. Ese eco, esa semilla sembrada, es quizás el mayor logro de la jornada.
Una puerta abierta a nuevas experiencias
Cómo identificar un hongo sin morir en el intento es mucho más que un manual: es una provocación amable al pensamiento, una invitación al asombro, una oportunidad para reconectar con la biodiversidad desde lo pequeño. La jornada en Montecarlo dejó en claro que, cuando se combinan ciencia, pasión y comunidad, el conocimiento puede florecer como un hongo tras la lluvia.
El evento marca un precedente y abre la puerta a nuevas instancias de formación, intercambio y exploración en torno al mundo fúngico. El interés despertado muestra que hay una comunidad dispuesta a aprender, a mirar con otros ojos y a construir un vínculo más estrecho con el entorno natural.
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