Aunque el siglo XXI ha sido testigo de avances científicos sin precedentes, también ha visto el deterioro acelerado de la biodiversidad. En silencio, cada año desaparecen decenas de especies animales, muchas de las cuales ni siquiera han sido estudiadas por la ciencia. Su pérdida no solo rompe los equilibrios ecológicos, sino que amenaza directamente la salud del planeta y, en última instancia, la de los seres humanos.
Chile analizó cuáles son las especies más amenazadas y qué factores las están llevando al borde de la desaparición. El panorama es alarmante, pero aún hay margen para revertir el daño.
Los motores de la extinción
La principal amenaza para las especies animales sigue siendo la pérdida de hábitat. La deforestación, la urbanización sin planificación y la agricultura intensiva arrasan con los ecosistemas necesarios para que muchas especies puedan alimentarse, reproducirse y simplemente sobrevivir. A eso se suma el cambio climático, cuyas consecuencias —desde olas de calor hasta lluvias extremas— desestabilizan ecosistemas enteros.
También juegan un rol importante la caza furtiva, el comercio ilegal de fauna, la contaminación y la presencia de especies invasoras. Estas amenazas, muchas veces combinadas, empujan a miles de animales hacia un punto sin retorno.
Especies al límite
Algunos animales ya se encuentran al borde de la desaparición. Es el caso del rinoceronte de Java, que apenas sobrevive en una reserva en Indonesia, con una población estimada de 70 ejemplares. O el ajolote mexicano, cuya imagen tierna contrasta con una realidad sombría: sus poblaciones silvestres están al borde del colapso, principalmente por la contaminación de los canales de Xochimilco.
El gorila de montaña, el kakapo de Nueva Zelanda o el ibis eremita del norte de África son otros casos críticos. Sus poblaciones, extremadamente reducidas, se enfrentan a amenazas como la fragmentación de hábitats, enfermedades o el contacto directo con humanos.
Extinciones que ya ocurrieron —y casi nadie notó
Algunas especies ya están consideradas extintas o funcionalmente extintas. Tal es el caso del baiji, un delfín del río Yangtsé que desapareció debido a la contaminación y la pesca. Su pérdida pasó casi inadvertida, dejando un vacío biológico irrecuperable. El sapo dorado de Costa Rica, que no se ha visto desde los años ochenta, es otro símbolo de extinción silenciosa.
Estos casos muestran que la crisis de biodiversidad no solo afecta a animales “carismáticos”. Miles de especies desaparecen sin dejar rastro ni provocar reacción, especialmente aquellas con hábitats restringidos o requerimientos muy específicos.
Los que creíamos a salvo, también están en peligro
La extinción no es un fenómeno que ocurre solo en selvas remotas o arrecifes tropicales. También está golpeando a animales comunes. El gorrión común, por ejemplo, ha disminuido drásticamente en ciudades europeas y asiáticas. Algunos anfibios y abejas, esenciales para la polinización de cultivos, también están desapareciendo a un ritmo preocupante. Estas pérdidas no solo afectan al entorno natural, sino que ponen en riesgo la seguridad alimentaria de millones de personas.
La lucha por la conservación: hay esperanza
A pesar del panorama sombrío, hay ejemplos esperanzadores. Programas de cría en cautiverio han salvado a especies como el cóndor de California, que pasó de estar al borde de la extinción a superar los 500 ejemplares gracias a la colaboración entre científicos, zoológicos y organizaciones ambientales.
Las áreas protegidas, los parques nacionales y las reservas son otras herramientas clave, aunque su efectividad depende de factores como la voluntad política, el financiamiento y la participación de las comunidades locales.
¿Qué puede hacer cada persona?
El cambio no está solo en manos de los gobiernos. Cada individuo puede hacer la diferencia: evitar el uso de plásticos, consumir productos responsables, apoyar proyectos de reforestación o simplemente informarse y educar a otros. Elegir no comprar animales exóticos ni productos derivados de especies amenazadas es otro paso crucial.
Compartir información, donar a proyectos ambientales o participar de campañas puede tener un impacto concreto. Como señalan los expertos, la suma de pequeñas acciones tiene el poder de cambiar el rumbo.
Una decisión colectiva para evitar un destino irreversible
La extinción no es una condena inevitable. Es una consecuencia directa de nuestras decisiones. Pero todavía hay tiempo. Aún existen herramientas para proteger lo que queda de la biodiversidad global, siempre que exista una voluntad real, colectiva y sostenida.
Porque cada especie perdida es una historia que se apaga, un equilibrio que se rompe, un futuro que se vuelve más incierto. Y cada especie salvada es una oportunidad para demostrar que el compromiso con la vida vale más que la indiferencia.