En un escenario de crisis climática, apagones masivos y redes eléctricas colapsadas, la tecnología emerge como una herramienta esencial para construir una sociedad más sostenible. Pero también impone una pregunta urgente: ¿cómo asegurarnos de que su uso sea realmente responsable?
Los recientes cortes de energía en América Latina ponen en evidencia la fragilidad de los sistemas eléctricos de la región. El 25 de febrero de 2025, un apagón paralizó el 90% del territorio chileno por una falla en una línea de alta tensión. Días después, en Buenos Aires, más de 600.000 personas quedaron sin suministro eléctrico en plena ola de calor. San Pablo y Ecuador también atravesaron crisis similares durante 2024, con millones de personas afectadas y hasta 12 horas diarias de racionamiento en algunos casos.
Estos episodios revelan un problema estructural: no solo es necesario generar más energía, sino usarla mejor.
El rol transformador de la Inteligencia Artificial
La Inteligencia Artificial (IA) se está posicionando como un eje fundamental en la transición energética. Desde la optimización de fuentes renovables como la solar o la eólica, hasta el control inteligente de las redes eléctricas para evitar sobrecargas, sus aplicaciones son múltiples.
En Latinoamérica, un ejemplo destacado es Splight, una startup que utiliza IA para evitar la congestión en las redes. Su plataforma trabaja con datos en tiempo real para coordinar el funcionamiento de los recursos renovables, permitiendo que se adapten con flexibilidad a la demanda energética.
Además de soluciones estructurales, también hay desarrollos que apuntan a un cambio cultural. Herramientas como el microlearning —aplicaciones educativas con recompensas por buenos hábitos energéticos— pueden ser clave para fomentar un uso consciente desde lo individual.
Tecnología: solución… y problema
Pero el impacto de la tecnología no es unidireccional. También puede ser parte del problema si no se usa de forma responsable. Un ejemplo llamativo: una reciente tendencia viral basada en IA generativa —que transformaba fotos reales al estilo animé— consumió, según estimaciones del Washington Post, más de 216 millones de litros de agua debido a la alta demanda de servidores.
Este tipo de consumo invisible pone sobre la mesa una verdad incómoda: la innovación tecnológica tiene un costo ambiental real. Y su uso sin control puede amplificar la crisis que dice querer resolver.
Los smartphones ilustran bien esta paradoja. Nacieron para mejorar la comunicación, pero hoy su uso excesivo no solo consume energía, sino que también tiene efectos comprobados en la salud mental. El psicólogo Jonathan Haidt advierte que el entorno digital constante alimenta la ansiedad y el aislamiento, especialmente entre los jóvenes.
Un nuevo pacto tecnológico
La conclusión es clara: la tecnología debe formar parte de la solución, pero bajo una estrategia que priorice el uso responsable y sostenible. Las empresas del sector juegan un rol central en este desafío. Ya no alcanza con innovar; es hora de innovar con propósito.
Solo así podrán convertirse en verdaderas aliadas de una sociedad que necesita avanzar sin dejar de pensar en su futuro energético y ambiental.