La herbolaria popular argentina es un tejido de memoria, intuición y vínculo con la tierra. Se compone de especies nativas, rústicas y generosas, que crecen sin pedir permiso y sin necesidad de insumos industriales. Pero también incluye plantas traídas por los inmigrantes, adaptadas a las condiciones locales y cultivadas con cuidado en huertas, jardines y macetas. Esta medicina de raíces profundas es comunitaria, accesible y profundamente ecológica.
Un conocimiento que no se aprende en manuales
La transmisión del conocimiento herbolario ocurre casi exclusivamente por vía familiar. En diversas investigaciones realizadas en provincias como Jujuy, Santiago del Estero y Misiones, se revela que más del 90% de las personas aprenden sobre las plantas medicinales gracias a sus abuelos, padres u otros parientes. No hay manuales ni recetas escritas: hay relatos, demostraciones prácticas, recuerdos compartidos. En un estudio puntual realizado en contextos urbanos y suburbanos, cerca del 70% de los encuestados indicaron que la vía doméstica fue su principal fuente de aprendizaje. Es decir, aun en ciudades, el conocimiento herbolario se hereda en el ámbito íntimo y cotidiano.
Este modo de transmisión configura una forma particular de saber, ligada al afecto, al entorno y al hacer con las manos. No se trata solo de memorizar para qué sirve cada planta, sino de vivirlas: sembrarlas, recolectarlas, prepararlas, probarlas. De ese modo, se construye una confianza sólida entre quien transmite y quien aprende. En palabras populares: “para cada enfermedad, hay una planta del monte”.

La sabiduría del monte: plantas nativas como medicina de todos los días
Las especies autóctonas ocupan un lugar fundamental en la herbolaria popular. No solo por su disponibilidad, sino por su eficacia y adaptabilidad. No requieren invernaderos, fertilizantes ni condiciones especiales: crecen en los márgenes del camino, entre las piedras, al costado del alambrado. Son resistentes, persistentes, locales. Y eso las vuelve doblemente valiosas: por lo que curan, y por lo que representan.
En el Noroeste argentino, por ejemplo, la jarilla (Zuccagnia punctata) es utilizada como antibacteriano natural, mientras que el chañar (Geoffroea decorticans), árbol de corteza áspera, se convierte en jarabe espeso para aliviar la tos. En esa misma región, la tusca y la malva se usan para problemas digestivos. Son remedios humildes, pero eficaces.
En el Litoral, el mistol (Ziziphus mistoliana) no solo alimenta: también cura. Su fruto tiene propiedades digestivas y antiinflamatorias. Y en la Patagonia, el chilco (Fuchsia magellanica), una planta de flores colgantes resistentes al frío, se emplea como infusión cicatrizante. Junto al palo piche (Fabiana imbricata), que “limpia la sangre”, conforman parte del herbario austral, donde cada brote puede ser medicina.
Mapa herbolario argentino: saberes que sanan, región por región
La diversidad geográfica del país se refleja en su herbolaria. Cada zona tiene sus recetas, sus nombres, sus rituales. El monte del NOA no ofrece lo mismo que la estepa patagónica, ni la selva misionera comparte las mismas especies con la pampa húmeda. Pero en todas, el patrón se repite: un conocimiento local, práctico, vivo. A continuación, un recorrido por las fórmulas populares de cada región.
Noroeste Argentino (NOA)
El clima seco y la amplitud térmica favorecen plantas medicinales potentes y rústicas. Entre las más valoradas están:
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Tusca y malva (Baccharis spp. y Malva silvestris): utilizadas para inflamaciones internas y problemas digestivos.
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Palo azul (Eysenhardtia polystachya): reconocido por sus propiedades diuréticas. En el monte se le conoce como “el remedio del riñón”.
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Chañar (Geoffroea decorticans): su corteza hervida se toma como jarabe para aliviar bronquitis y pecho cerrado.
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Jarilla (Zuccagnia punctata): antibacteriana, se usa en infusiones o cataplasmas.
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Poleo salteño (Mentha pulegium): mejora la digestión; se incorpora al mate o se toma en infusión.
Receta ancestral destacada: té de chañar. Se hierve durante 10 a 15 minutos trozos de corteza seca, se bebe caliente y se recomienda especialmente en casos de bronquitis.
Litoral y Mesopotamia
Tierra de humedad, monte y yerbales, esta región combina tradición guaraní con herencia campesina.
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Yerba mate (Ilex paraguariensis): estimulante, digestiva, y vehículo de otros yuyos.
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Boldo (Peumus boldus): protector hepático, muy utilizado en el NEA.
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Cedrón (Aloysia triphylla) y toronjil (Melissa officinalis): calmantes, se usan para relajar y mejorar el sueño.
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Zarzamora silvestre (Rubus sp.) y mistol (Ziziphus mistoliana): para malestares estomacales.
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Carnicera (Galium aparine), cerraja (Sonchus oleraceus) y saluco (Chenopodium pumilio): para afecciones urinarias y de la piel.
Costumbre viva: en las casas del Litoral es común el mate con poleo o carnicera, sobre todo después de las comidas.

Región Cuyo y Pampeana
En esta zona, muchas plantas se cultivan junto a las aromáticas de uso gastronómico, y otras crecen en estado silvestre.
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Mburucuyá (Passiflora caerulea): sedante natural. Ayuda a calmar la ansiedad.
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Llantén (Plantago lanceolata/major): se prepara en té para aliviar la garganta y también se usa en forma de cataplasma para picaduras.
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Caléndula (Calendula officinalis) y ceibo (Erythrina crista-galli): con propiedades cicatrizantes y respiratorias.
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Gramilla (Achyrocline satureioides): febrífuga y diurética.
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Romero, salvia, orégano y tomillo: cruzan lo culinario y lo medicinal.

Receta pampeana: té de llantén para bronquitis. Las hojas se maceran en agua tibia y también se aplican sobre heridas.
Patagonia y sur del país
El frío y la aridez dan lugar a plantas resistentes, de uso tradicional mapuche y campesino.
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Chilco (Fuchsia magellanica): sus hojas se infusionan como diurético y cicatrizante.
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Palo piche (Fabiana imbricata): se hierve y se toma para aliviar reumatismos.
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Ñanculahuen (Valeriana carnosa): planta reverenciada por su potencia medicinal.
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Carqueja (Baccharis articulata) y pañil (Buddleja globosa): para digestión y relajación.
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Nalca (Gunnera tinctoria): se mastica fresca para aliviar dolores abdominales.
Preparados típicos del sur: caramelos caseros de eucalipto, propóleo y jengibre, utilizados para calmar la garganta y prevenir resfríos.
Yuyos, no maleza: resignificar lo silvestre
La palabra “yuyo” proviene del quechua “yuyu”, que significa planta tierna o brote. En su origen, era un término neutro y hasta reverente: no diferenciaba entre alimento, medicina o hierba común. Con el tiempo, en algunos contextos, se transformó en sinónimo de “maleza”, como algo indeseado o sobrante. Pero esa visión contrasta con el saber popular: muchas de las llamadas “malezas” son, en realidad, remedios valiosos.
En las lenguas originarias del norte argentino, como el quechua o el aimara, “yuyu phuyu” también podía designar a aquellas plantas que crecen sin ser cultivadas, pero que eran esenciales para la salud, la alimentación o los rituales.
Redescubrir esa raíz lingüística es también un acto de reivindicación. Decir “yuyo” con orgullo es devolverle a la planta su dignidad cultural.

Autonomía, resistencia y futuro
En un mundo regido por laboratorios, patentes y grandes cadenas farmacéuticas, la herbolaria popular representa una forma de autonomía. Preparar un té de malva, aplicar una cataplasma de llantén, guardar corteza de chañar para el invierno, son gestos simples pero poderosos. Cada infusión es un acto de resistencia. De confianza en la tierra. De conexión con lo que nos rodea.
En ese sentido, cabe mencionar que la herbolaria popular vive mientras se use. Y cada vez que una abuela enseña a un nieto cómo preparar un té de jarilla, se renueva ese hilo invisible que une generaciones.
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